En contextos donde la limpieza no es una opción sino un estándar (como hospitales, restaurantes, hoteles, clínicas, plantas de producción, comedores escolares o servicios de aseo profesional) una buena práctica que ha demostrado ser efectiva y sencilla es la implementación del código de color. Aunque no es una norma obligatoria en Colombia, cada vez más empresas lo incorporan como parte de sus protocolos para prevenir la contaminación cruzada y mejorar la eficiencia operativa.
El código de color en limpieza consiste en asignar colores específicos a los utensilios, herramientas o textiles utilizados en diferentes zonas o tareas, con el fin de evitar que un mismo objeto se use en espacios con distintos niveles de riesgo sanitario. Esta diferenciación visual no solo mejora la organización del trabajo, sino que también facilita la capacitación del personal, reduce errores humanos y eleva la percepción de profesionalismo frente a clientes o auditorías.
Esta guía te ayudará a entender por qué aplicar un sistema de codificación por color es una decisión estratégica, qué colores se recomiendan para cada zona y cómo puedes implementarlo de forma práctica en tu operación.
Por qué usar un código de color en la limpieza profesional
La limpieza institucional tiene un objetivo claro: reducir la presencia de suciedad visible, pero sobre todo minimizar la carga microbiana en superficies de contacto. En este contexto, uno de los mayores riesgos es la contaminación cruzada: el traslado de bacterias, virus o residuos desde una zona sucia a una zona limpia a través de las manos, los utensilios o los textiles.
Cuando se usan los mismos trapos, bayetillas, mopas o esponjas para limpiar distintas áreas sin diferenciación, se eleva el riesgo de propagar microorganismos de baños a cocinas, de áreas exteriores a zonas sensibles, o incluso de una habitación a otra. Esto puede derivar en sanciones sanitarias, reclamos de clientes o, en el peor de los casos, brotes de enfermedades por fallas en la higiene.
El código de color actúa como una barrera preventiva. Ayuda al personal a identificar rápida y visualmente qué textil o herramienta se debe usar en cada zona. Es un sistema que no depende del idioma ni del nivel educativo, y que reduce significativamente la probabilidad de errores operativos.
Además, muchas certificaciones internacionales (como las BPM, HACCP, ISO 22000 o protocolos de bioseguridad) valoran positivamente el uso de sistemas de codificación por color como parte del control de riesgos sanitarios.
Qué colores se recomiendan y por qué
Aunque no existe un código de color único y obligatorio, hay una convención ampliamente utilizada en limpieza profesional, respaldada por proveedores internacionales, empresas de aseo y estándares de salud ocupacional. Esta convención asigna colores en función del nivel de riesgo o contaminación de la zona:
Rojo:
Se usa en zonas de alto riesgo biológico, como baños, sanitarios, duchas, lavamanos o vestidores. Este color es visualmente fuerte y funciona como alerta. Todo lo que se use en esta zona debe estar claramente identificado para no ser reutilizado en espacios más limpios.
Azul:
Se asigna a zonas de bajo riesgo, como escritorios, oficinas, salas de espera, pasillos o superficies generales que no están en contacto con alimentos ni fluidos corporales. También puede usarse en habitaciones de hotel o en espacios comunes con tránsito moderado.
Verde:
Se reserva para áreas de contacto con alimentos o superficies de cocina. Incluye mesones, estufas, mesas de preparación, refrigeradores, entre otros. En algunos casos, también se usa para áreas de almacenamiento de alimentos, pero siempre dentro del entorno gastronómico.
Amarillo:
Es común en áreas clínicas o intermedias, como lavamanos externos, vestidores de personal, zonas de descanso en hospitales o contacto con pacientes. En gastronomía institucional, a veces se usa en comedores o bandejas. También puede asignarse a zonas exteriores o servicios generales.
Estos colores pueden aplicarse a paños, bayetillas, trapeadores, escobas, baldes, guantes, cepillos o cualquier elemento de limpieza reutilizable. Lo importante es que la codificación sea coherente, clara y respetada en toda la operación.
En algunos casos, se añaden colores adicionales para zonas específicas. Por ejemplo, el blanco se puede asignar a laboratorios o áreas críticas, el gris a exteriores o residuos, y el negro a recolección de basura. Sin embargo, estos adicionales deben definirse de forma interna para evitar confusión.
Cómo implementarlo en tu operación
Para que el código de color funcione correctamente, no basta con asignar colores al azar. Es necesario definirlo como parte de un protocolo, capacitar al personal y documentar el sistema. Aquí te dejamos algunas recomendaciones prácticas:
- Elige los colores según el entorno y el nivel de riesgo. No uses colores similares en zonas que puedan confundirse.
- Asegúrate de que los textiles (bayetillas, limpiones, mopas) estén claramente diferenciados. Si los colores son muy tenues o se decoloran, podrían generar errores.
- Utiliza etiquetas, carteles o pictogramas en bodegas y carros de limpieza para reforzar el mensaje.
- Capacita al personal nuevo y realiza refuerzos periódicos sobre el uso del sistema.
- Realiza auditorías internas para verificar el cumplimiento del código.
- Si trabajas con proveedores externos de limpieza, asegúrate de que respeten el sistema implementado.
En el caso de textiles, es preferible trabajar con proveedores que ofrezcan bayetillas o toallas en colores sólidos, resistentes al lavado y con disponibilidad constante para reponer por lote. En Intextil, por ejemplo, fabricamos bayetillas en varios colores estables, con gramajes industriales y composición 100 % algodón, ideales para integrar a este tipo de protocolos.
Implementar el código de color no solo mejora la higiene, también ordena la operación, agiliza la entrega de materiales y reduce conflictos o errores en el uso de los utensilios. Es un sistema que, con una inversión mínima, aporta claridad, profesionalismo y eficiencia.
El código de color en limpieza es una herramienta de gestión que combina sentido común, control visual y prevención de riesgos. En un entorno donde cada error puede tener consecuencias sanitarias, una decisión simple como usar la bayetilla correcta en el lugar correcto puede marcar una diferencia enorme.